El día que naciste y que yo nací como madre.

La noche anterior a tu nacimiento, tu padre y yo hicimos el amor con gran ternura, casi como sabiendo que iba a ser la última vez antes de que tu nacieras. Mirandonos a los ojos y con caricias que penetraban en nuestra piel. 

Con mi orgasmo comenzaron las contracciones. Muy distanciadas al principio, aunque me despertaba entre una y otra. 

Al amanecer decidí contarselo a papá y después de desayunar llamamos a Anabel, nuestra matrona. Recuerdo que nos dijo que probablemente estuviera de parto aunque no quisimos precipitarnos.

Tu padre se fue al huerto y yo me quedé en casa preparando un arroz y dandome una duchita. En esa horita las contracciones comenzaron a acelerarse, y eran cada vez más fuertes… me puse a girar en la Pelota esperando a que Chano regresara, y en ese momento me llamó diciendo que su mente no estaba para huertas y que no quería estar cansado cuando nacieras. Decidimos irnos a Madrid. Cogimos nuestra maleta, con cd’s de musica, amuletos y velas incluidas… Había preparado todo con detalle.

En el coche de camino cantaba una Oooooooo con cada contracción, tu padre muy atento, y creo que algo nervioso, me decía:  Ana, son cada 3 minutos… a mi no me importaba, casi me sonaba a chino. Recuerdo que allí sentada pensé: Hijo, vas a nacer en un día soleado y luminoso.

Al llegar a la casa de las amigas habitantes tenian preparadas sus maletas para dejarnos tranquilos dos o tres días. 

Me desnudé, bajé la persiana y encerré en el baño. 

Anabel llegó enseguida y me propuso hacer un tacto. Yo -muy animada- accedí Me dijo – estás de 4, va a nacer hoy.

Me senté en el vater moviendome en circulos y cantando Ooooó en cada contracción. En poquito tiempo había dilatado por completo. Parecía que ibas a nacer en cualquier momento.

Al poquito llegó Paca, nuestra Doula. Sigilosa, preparaba la cama y me ofrecía agua o hielos y tanteaba ponerme paños fríos en el culo ¡me dolía tanto! 

Empecé a pujar y pujar. Con cada contracción sentia unas ganas tremendas y parecía que si empujaba me aliviaba. Pujé, pujé y pujé, pero tu no avanzabas, no te movías. Me sentía fuerte pero me daba cuenta de que fuera andaban algo preocupados o atentos. Papá entraba de vez en cuando ofreciéndome sin palabras agua o algo de comida. Para ver como me encontraba. 

Con el tiempo me dí cuenta de que estaba en una lucha. Me daba miedo que nacieras, me daba miedo convertirme en Madre, no hacerlo bien. Dejar atrás la Ana que era para acoger a la nueva Ana. Me daba miedo que nacieras muerto o que no estuvieras bien. Me daba miedo morir. 

Recuerdo que en un momento estando sola en el baño, me abandoné. Como si no me importara de lo que pudiera suceder.

En ese momento metí mi dedo corazón por la vagina y pude tocar tu cabecita, aún con el saco amniotico. Después de la siguiente contracción volví a hacerlo y habías avanzado una falange.

LLamé a Anabel, me miró y dijo – Se está abriendo tu vagina.

Empecé a sentir un ardor tremendo en los bordes de mi agujero. ¡El famoso aro de fuego! Paca trajo aceite de oliva y Anabel suavemente masajeaba toda la zona, estabas llegando.  De rodillas en el suelo del baño grité – ¡ Chano !  Ven –

Se presentó de un brinco y le pedí la mano para agarrarme bien fuerte. En dos o tres contracciones asomó tu coronilla, estalló la bolsa y tras la cabeza y un – ¡ No quiero empujar ! – con la siguiente contracción apareció el resto de tu cuerpo. Anabel te puso sobre mi. Calentito y húmedo. Quería mirarte…

-¿estás bien? ¿quien eres tu? ¿quie eres tú? – te pregunté 

Nos acompañaron a la cama y me tumbé contigo encima. Papá nos miraba con ojos de enamorado y nos acogía con sus brazos. 

Paca, Anabel y María, una matrona en prácticas que asistió a todo nuestro proceso, nos dejaron a solas en intimidad. 

Tu me mirabas y yo te miraba a ti. Creo que queriendo reconocernos. Tus ojos nutrian mi alma. En pocos segundos me había enamorado. 

Papá nos besaba… 

En seguida te enganchaste a mi teta izquierda ¡qué sensación tan potente en mi pezón! ¡qué entrenamiento milenario..! 

Comenzaron de nuevo las contracciones y avisamos a Anabel. Venía la Placenta. Gustosa y caliente pasó por mi vagina. 

Sin prisas, papá cortó el cordón. Un rato después nos quedamos sólos los tres. Con nuestra piel en contacto, metidos en nuestro nido caliente y lleno de Amor.

Sin poder dormir, contemplandote y alucinando con el milagro de la existencia.

En ese momento por primera vez, te nombramos Mauro.

¡Bienvenido al Mundo Mauro, que el Amor te acompañe!

Tu naciste y yo nací como madre.

Gracias de corazón al equipo de Ancara perinatal, por acompañarnos en este viaje con tanto Respeto.

Y Gracias a mis queridas amigas por dejarnos su casa.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.

ACEPTAR
Aviso de cookies